Ser mujer en el siglo XXI no parece ser tan distante al ser mujer en el siglo pasado. A pesar de que hemos logrado un montón de cosas procurando siempre nuestra autonomía como sexo, sabemos que queda aún un mundo por recorrer lleno de ideales pero también de riñas contra los estereotipos y roles tradicionales de género.
La mujer se entiende como una asignación biopolítica de un cuerpo con vagina, útero, ovarios y senos desarrollados para poder amamantar a las crías. Mientras la mujer se levanta, se concretiza y se da valor a sí misma para poder reclamar lo suyo como tal, el gobierno, los medios de comunicación, la escuela, las costumbres machistas, la familia y los prejuicios que llevan siglos arrastrándose justo detrás de nosotras siguen deteniendo el camino hacia el empoderamiento de nuestro sexo, de nuestro género, de nuestro cuerpo como posesión únicamente nuestra y de nuestro espíritu único y libre.
Cuando se ha popularizado en la época progresista el feminismo y sus objetivos como ideología, hay quien comprendiendo poco se burla de la opresión que la mujer recibe casi a diario, desde los actos más pequeños hasta la violencia ejercida con el cuerpo del otro, (bien dijo Freud que en el chiste aflora contenido inconsciente y otras veces, nos niega la realidad que presenciamos, en esta instancia, la realidad palpable es la violencia que nos aterra con cada volver a casa pasadas las 10:00 pm).
Quizá sea más fácil el chiste y la burla que la mirada crítica ante la situación presente en nuestra sociedad acostumbrada a denigrar a aquello que no representa un falo y sí una amenaza según la lógica machista. Desde que la mujer ha buscando su propia independencia no falta quién brinde su opinión burda y lejana y, se sienta cómodo diciendo que hemos logrado nuestro objetivo al recibir el voto como derecho fundamental y político pero que es nuestra hora de callarnos y dejar de hablar de vulgaridades como tener vellos en las piernas y liberar nuestros pechos del escándalo hipersexualizado en el que suelen vivir desde que se inventó el patriarcado.
Y bueno, tampoco es que a las feministas nos encante mencionar la palabra “machista” y “patriarcado” cada dos por tres, sino que si le damos una buena lectura a un par de líneas en el diccionario podremos entender un sinfín de cosas que aún se encuentran escondidas en la mente de unos cuantos. Si tan sólo se comprendiera que el hecho de dejarnos los pelillos y de poder ir sin sujetador por ahí nos ha causado tanto trauma por aquellos ideales de perfección que la sociedad ha puesto durante años y años sobre nuestras cabezas como si estuviésemos coronadas de flores cual vírgenes sagradas, nadie tendría porqué señalarnos al llevar un pelo al aire debajo del pantalón.
Sin embargo el ser mujer está sujeto a una lista de cosas esperadas que se nos exigen como guía y libreto de nuestras vidas (como el que nos guste el rosa y el cabello hasta la cintura, el que nos gusten los hombres porque hay que seguir la heteronormatividad y un puñado de cosas más que todas y todos conocemos pero nos cuesta reconocer). Dicha lista de cosas esperadas, como un “wish list” de la mujer perfecta contiene ciertos ingredientes claves que no podemos dejar de lado. El amor romántico como objetivo de vida, la pareja como centro de nuestro universo, el régimen hetero y monógamo, el miedo a la soledad, el abandono, el deber de reproducirnos, el ser perfectas señoritas de pierna cruzada y todos esos ideales impuestos sobre nosotras aún desde antes de nuestro propio parto nos duelen hasta los huesos y, seguir soportando el prejuicio y los estereotipos obsoletos de los que ya no queremos ser parte no es opción.
Mientras en el país se matan a seis mujeres al día por motivos de género se le presta más atención a nuestro cabello sin orzuela y al tipo de esposo que quisiéramos conseguirnos, presentándose así, de forma inevitable, una crisis por reivindicar nuestro género partiendo desde la comprensión del mismo a través de lo social, político y biológico en donde el feminismo se nos presenta como herramienta colectiva que nos da voz ante aquello que nos oprime.
Sin embargo aunque el feminismo se define a sí mismo como la ideología que busca la igualdad de derechos entre los diferentes géneros, los no simpatizantes con tan noble movimiento se rasgan las vestiduras porque el prefijo “femi” causa más furor y enojo que la propia situación decadente que vivimos en cada rincón de nuestra sociedad, como si poco importaran los derechos que nos corresponden no por tener un par de senos bajo nuestra clavícula, sino por el simple y sencillo hecho de compartir la condición humana con el sexo opuesto.
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